sábado, 26 de marzo de 2011

ENFRENTE DEL TORO ESTÁ EL TESORO

Existe una leyenda en la ciudad de Jaén que cuenta que en alguno de los muros del Castillo de Santa Catalina o en lo que era el recinto más amplio del Alcázar Viejo, había una cabeza de toro esculpida en piedra. Esta cabeza de toro tenía debajo un letrero con la siguiente frase: Enfrente del toro está el tesoro.

El barrio de la Magdalena a los pies del monte y el castillo de Santa Catalina.

Muchos fueron los que subieron al monte de Santa Catalina con picos y palas para buscar el tesoro que presuntamente indicaba el toro. El terreno de los alrededores de la cabeza estaba lleno de agujeros y montones de arena y piedras debido a las excavaciones, pero nadie daba con el ansiado tesoro.
Un día llegó un testarudo buscador de fortuna. Buscó durante muchas horas por todas partes. Comenzó, como todos hacían, por la parte de enfrente del toro, que es lo que indicaba la inscripción. Luego cavó a la derecha, después a la izquierda, más tarde por un lado, por otro, detrás... El resultado, al igual que sus antecesores, es que no encontró nada. La frustración y el enfado de haber trabajado tanto inútilmente y verse en la misma situación de tantos otros que lo habían intentado le llevó al arrebato de coger el pico, acercarse a la cabeza del toro y con gran fuerza e ira le propinó un tremendo golpe a la escultura de piedra en toda la frente, haciéndole un buen desperfecto. Más tranquilo tras vengarse de esa manera de la engañosa cabeza, se dio media vuelta dispuesto a abandonar el lugar, pero de repente escuchó un intenso tintineo metálico. Al volver la mirada hacia la escultura, vio con asombro que un gran chorro de monedas de oro surgía del agujero en la frente del toro. Había encontrado el tesoro que tanto deseaba. Y se dio cuenta que la inscripción que había debajo de la cabeza del toro no engañó nunca a nadie, sino que debía ser interpretada correctamente: al decir "enfrente del toro está el tesoro" se debía adivinar que era "en frente", pues era en la frente del animal donde esperaba ser descubierto el tesoro, no en las tierras que tenía enfrente.

Uno de los toros ibéricos encontrados en Cerrillo Blanco, en Porcuna, Jaén. Museo de Jaén.

Probablemente no sea más que otra de las numerosas leyendas de Jaén, pero quizás nos esté queriendo contar algo más allá de lo evidente, como es normal en las verdaderas leyendas, pues estas buscan transmitir un mensaje a través del tiempo. Y sospecho que a lo mejor esta leyenda del toro y el tesoro oculta una idea, pues son varios los detalles que parecen indicarlo.

Primero, el lugar y su advocación, en lo alto del sagrado monte de Santa Catalina, donde se encuentra el castillo del mismo nombre, siendo una santa esotérica como pocas, de origen egipcio y en general del Mediterráneo oriental, sincretismo de las diosas de la sabiduría como eran Isis y, sobre todo, Hécate.

En este lugar dedicado, por tanto, a la Diosa del Conocimiento estaba la cabeza del toro, animal de ancestral culto en la Península Ibérica y que es símbolo del dios masculino, solar, de la fertilidad y la muerte, y también del conocimiento. Entonces hay una especie de dualidad femenina-masculina tan común en todos los cultos antiguos.

En Egipto, el toro sagrado era Apis, sobre cuya frente se colocaba el ureus y el disco solar, indicativos de su divinidad. Era símbolo de todo lo que he dicho anteriormente y era heraldo del dios primigenio Ptah. Luego, en época ptolemaica, el toro Apis se sincretizó con Osiris, dando origen a Serapis, manteniendo la figura del toro como su símbolo principal. Y es que para Grecia, de donde era originaria la dinastía ptolemaica, el toro también estaba unido a sus principales deidades masculinas, como Zeus, Poseidón o Helios, los grandes dioses del poder, el conocimiento y el Sol respectivamente.

Para los habitantes de Oriente Próximo el toro tenía un significado similar, como por ejemplo en relación al gran dios masculino Baal / Bel de los fenicios y cartagineses.

Y en todos los cultos al toro se incluían los sacrificios del animal en honor al dios que representara, para de esta forma conseguir su beneplácito y sus dones.

Hasta en la mítica civilización madre, la Atlántida, se contaba que el culto al toro era fundamental, incluyendo los sacrificios rituales.

De esta manera, el toro es el dios masculino, del conocimiento solar, cuyo símbolo es el dorado disco del Sol, la luz dorada, el oro...

Toro Apis, con disco solar y ureus sobre su frente. Museo Nacional de Roma.


Sabiendo todo esto no sería entonces tan extraño pensar que esta leyenda nos informa de antiguos cultos en Jaén a la deidad masculina simbolizada por el toro, el cual se sacrificaba (¿en la leyenda, fuerte golpe en la frente?) para recibir los dones de fertilidad o/y conocimiento (¿el tesoro de monedas de oro que surje de la frente, la cabeza, la parte más sagrada del animal?).

No hay que olvidar que hay una significativa referencia histórica al toro en Jaén: en el barrio de la Magdalena, el lugar fundacional de la ciudad en donde está el sagrado nacimiento de agua a los pies del monte de Santa Catalina, existían unos famosos baños, y estos eran conocidos como los del toro pues se decía que estaban presididos por una gran escultura de este animal...

lunes, 7 de marzo de 2011

FULCANELLI, EL GRAN ALQUIMISTA DEL SIGLO XX

La personalidad de Fulcanelli es todo un misterio. De este famoso alquimista francés no se sabe con certeza cuándo nació ni cuándo murió, ¿1877-1932?, incluso no se sabe su nombre real, pues para algunos sería Julien Champagne, para otros se trata de Eugène Canseliet, comentarista de su obra y discípulo suyo, mientras que para otros serían otros personajes o incluso el sobrenombre de un grupo de alquimistas.
Sea quien fuere, se considera que Fulcanelli logró finalizar la Gran Obra, es decir, llegó a descubrir la piedra filosofal, poco antes de 1930, y se piensa que este hallazgo tuvo mucho que ver con su desaparición, real o aparente, que suele situarse unos pocos años después.
Para Fulcanelli el verdadero sentido de la Gran Obra es la expresión material y tangible del desenlace de un largo proceso de despertar místico. La alquimia es para él una ascesis, una técnica de iluminación en la que se conjugan de modo perfecto el plano material y el espiritual. La alquimia no puede ser para él, como tampoco lo fue para sus más ilustres antecesores, una simple técnica de transmutación química, por muy excelente que llegue a ser, sino sobre todo una labor de transmutación mental, es decir, interior.
El método de Fulcanelli es diferente del que emplearon sus predecesores, y consiste en describir con minuciosidad todas las operaciones de la Obra. De esta forma va tomando cada una de las fases del "trabajo", explicándolas y dándoles una oportuna conclusión. Fulcanelli llevó el detalle de la práctica mucho más lejos que ningún otro alquimista con una intención de notable generosidad hacia los que "trabajan", a los que considera sus hermanos.
Fulcanelli estuvo por diferentes lugares de Francia y algunas veces por España, concretamente en el País Vasco, Barcelona y Sevilla. Siendo un personaje de tan vasta erudición entabló contacto con importantes personas y se relacionó con selectos e influyentes círculos, como Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc, arquitecto y restaurador de catedrales góticas francesas, con quién compartió su admiración y estudio por el arte gótico, lo que le permitió interpretar el papel que la alquimia juega en las esculturas y vidrieras que adornan estas construcciones.
Es interesante el encuentro, a principios de los años 30, que el escritor Jacques Bergier tuvo con Fulcanelli, según cuenta el primero en su libro "El retorno de los brujos". Ambos mantuvieron una conversación sobre el tema de la energía nuclear, y el alquimista advirtió de los peligros que se podían correr: "Le puedo asegurar que la liberación de la energía nuclear es más fácil de lo que se pueda creer. Pero hay que tener muy en cuenta que la radiactividad producida puede envenenar la atmósfera del planeta. Además, es posible fabricar explosivos atómicos con algunos gramos de metal, y arrasar ciudades enteras. Se lo digo claramente, los alquimistas conocen estos peligros desde hace mucho tiempo". Esta conversación tuvo lugar mucho antes del desarrollo de la energía nuclear y de las bombas atómicas, que desgraciadamente se utilizaron por primera vez sobre Hiroshima y Nagasaki más de una década después de esta entrevista. Al final de la Segunda Guerra Mundial los servicios secretos norteamericanos hicieron cuanto pudieron para dar con el paradero de Fulcanelli, una búsqueda que resultó infructuosa. Parece ser que los EE.UU. querían descubrir todos los secretos de la energía nuclear sin esperar a que lo hicieran los científicos oficiales.
Las dos famosas obras admitidas de Fulcanelli son "El misterio de las catedrales" y "Las moradas filosofales", y la tercera obra de la que se duda su autoría es "Finis Gloriae Mundi".



En "El misterio de las catedrales", escrita en 1922 y publicada en 1929, Fulcanelli va analizando y estudiando de forma minuciosa las tallas que figuran en las fachadas de las catedrales de París y Amiens, en el palacio de Jacques-Coeur y en la mansión Lallement, de Bourges. Mediante dicho estudio va desgranando el trabajo alquímico con gran detalle. Al mismo tiempo va ofreciendo al iniciado las claves de la Obra cuidando, sin embargo, de que aquellas no caigan en manos del vulgo. Al terminar la obra, Fulcanelli hace unas advertencias afirmando que la naturaleza no abre a todos de forma indiscriminada la puerta de su santuario: "Nadie puede aspirar a la posesión del gran secreto si no se armoniza la existencia personal con el diapasón de las investigaciones emprendidas... No basta con ser estudioso, activo y perseverante si se carece de un principio sólido y de una base concreta; si el entusiasmo inmoderado ciega la razón, si el orgullo tiraniza el buen criterio o si la avidez se desarrolla bajo el brillo intenso de un astro de oro. La ciencia misteriosa requiere mucha precisión, exactitud y perspicacia en la observación de los hechos; un espíritu sano, lógico y ponderado; una imaginación viva pero sin exaltación; un corazón ardiente y puro...".
"Las moradas filosofales", publicada en 1930, debe considerarse como un complemento de la primera obra. Según Canseliet, Fulcanelli entendió la expresión "moradas filosofales" como aquellos soportes simbólicos de la verdad hermética, fuera cual fuera su naturaleza e importancia. En este sentido, tanto podría tratarse de una pequeña figura en una vitrina, de una pieza reproducida en papel como de todo un monumento arquitectónico como puede ser una catedral, una iglesia, un castillo o un palacio.
Para algunos, Fulcanelli pudo haber muerto en un desván de la calle Rochechouart de París en 1932 sin terminar la tercera y última obra que iba a ser el colofón de su obra: "Finis Gloriae Mundi", título inspirado en una pintura del artista español del siglo XVII Juan de Valdés Leal que se encuentra en la iglesia sevillana del Hospital de la Caridad. En ese libro se completaría la revelación del misterio alquímico o verbum dimissum (la palabra perdida), dando respuesta a la búsqueda de los alquimistas. En el año 2001 apareció en francés un texto con el título de "Finis Gloriae Mundi" como si fuese la obra que en su momento no se publicó. Para la mayoría de los estudiosos es un texto apócrifo ya que dicha obra relata sucesos que acontecen tras la Segunda Guerra Mundial, fecha para la cual se supone al autor ya fallecido. No obstante, otros estudiosos del tema piensan que sí estaba vivo, quizás por el elixir de la vida, pues entienden que el elixir no es en modo alguno una quimera de la alquimia, sino una de las pruebas de la consecución de la piedra filosofal. Sugiriendo esto, el autor de la versión revisada del "Finis Gloriae Mundi" afirma en la nueva publicación que "no es costumbre que un adepto vuelva a coger la pluma después de haber franqueado la transmutación (...) abandonemos el manto de silencio con el que se cubre quien pasa por las ascuas del fénix".
En definitiva, este misterioso personaje que conocemos como Fulcanelli es una de las figuras claves del hermetismo no solo del siglo XX sino de la historia, y la lectura y estudio de sus obras es fundamental para los que quieran iniciarse en el saber sagrado.